[vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]Por Ernesto Ardito
El sistema límbico del cerebro, regula las emociones y las reacciones de lucha, escape o evitación del dolor. Aquí se encuentra la amígdala que es el centro de identificación de peligro y activa la alarma para reaccionar. La amígdala monitorea todo lo que sucede a nuestro alrededor para protegernos, incluso cuando dormimos. En un mundo actual, en donde reina la cultura del miedo, desde los medios de información, este sistema de alarma esta estimulado constantemente y es muy fácil que comience a fallar y entre en crisis, sin un peligro real aparente. En estos momentos, la ciudad de Buenos Aires tiene 3 millones de habitantes. El 30 por ciento, sufre de un trastorno de ansiedad. Y una de cada diez padece ataques de pánico.
Desde el atentado a las torres, los Estados Unidos, utilizaron los medios de comunicación como su principal campo de batalla infundiendo pánico en la población. El Ministerio del Miedo es mucho más efectivo que el Ministerio de Guerra. El miedo provoca inmediatamente sumisión absoluta y la reproducción sin criticas de las ideas impuestas desde el poder. La cultura del pánico, les da mayores beneficios económicos y políticos, que una invasión militar. Es a su vez, una invasión oculta, veloz e higiénica, disfrazada de democracia y pluralidad.
Desde los medios de información y entretenimiento, que están bajo la órbita de los Estados Unidos en todo el mundo, incluimos en esto también al cine, se banaliza la violencia y el espanto para naturalizarlos como orden mundial. Se fracciona la información generando aturdimiento, se la aísla de un entorno histórico y geopolítico, para impedir asociaciones mentales críticas. Se la transforma en una sucesión de anécdotas de crimen, perversión y miserias humanas. Se deja de lado lo bueno del ser humano y su capacidad de salvarse a sí mismo por sus sentimientos nobles, su inteligencia y su integridad. Se conspira contra la unidad, la participación política, el estudio, la fraternidad, la lucha y el amor.
El temor se concentra en las emociones y las energías, es decir fuera del campo racional. La fuerza del miedo radica en la capacidad para inducir sentimientos, opiniones, creencias y tomas de decisiones. Confusión, miedo, tristeza, juntos o separados, producen finalmente la parálisis instantánea del individuo y su depresión. Así, el control opera.
En Argentina, este comportamiento de los medios masivos fue muy evidente cuando estuvieron enfrenados al gobierno anterior. Sus contenidos buscaban el odio, la desconfianza, el descontento social y un estado de angustia generalizada.
Por la tecnología satelital de hoy, se logra un impacto audiovisual instantáneo y sincronizado en todo el planeta, que da origen a una inducción psicológica y emotiva , legetimizadora de cualquier acción, hasta de las más atroz e injusta. El terror debe ser sentido inmediatamente por todos, en todas partes a la vez, aquí y allá, a escala de un totalitarismo global. Para esto las pantallas, celulares y dispositivos electrónicos, nos tienen constantemente conectados, a cualquier hora, miremos hacia donde miremos, estemos donde estemos.
El miedo individual se intensifica y se expande proporcionalmente a la cantidad de personas que también lo sufren. Cuanto mayor es el numero , mayor el síntoma. El terror funciona sobretodo por el ocultamiento. En el Holocausto y en Hiroshima, pudimos ver los cadáveres, pero en las torres no, el terror más grande viene de los que no se ve, lo que no se conoce como dice Lovecraft. Se recreó bajo este concepto la idea de una amenaza invisible, cercana y omnipresente, lista para atacar en cualquier momento y en cualquier lugar.
Según Freud, el individuo en multitud desciende varios niveles, sigue hipnóticamente las órdenes que le dan al rebaño, en nuestro caso producir, consumir o crear un enemigo. Pierde su cultura, su sentido crítico, limita su actividad intelectual, se vuelve instintivo, impulsivo, versátil e irritable y se deja guiar casi exclusivamente por lo inconsciente. En él los mecanismos de dominación a través del miedo operan con eficacia. La multitud es muy susceptible al poder mágico de las palabras, las que pueden provocar en el alma colectiva la más extrema violencia o la calma más gris. En la sociedad tecnocrática, palabra es también imagen. Por esto, para influenciar a una audiencia masiva es inútil argumentar lógicamente, o que las imágenes sean ciertas, porque reacciona solo a estímulos muy intensos emocionalmente. Las multitudes no han conocido jamás la sed de verdad. Demandan ilusiones. Dan siempre la preferencia a lo irreal sobre lo real.
Antiguamente el hombre vivía en pueblos y aldeas aisladas . En donde podía suceder un crimen, una tragedia, una peste, un accidente o una catástrofe natural cada tanto. El hombre entonces, podía procesarlo con tiempo en forma natural. Eran las leyes de la vida. En la actualidad, a través de las redes globales de información, nos enteramos diariamente de un sinnúmero de tragedias, porque todas las aldeas del mundo están conectadas instantáneamente. Y desde nuestros monitores, las presenciamos, como testigos continuos de lo más abominable.
El sistema nervioso del ser humano, no está preparado para esto. Se desarrolla la ansiedad que por alguna válvula estalla. La sobreinformación de todos los espectros del mal que rodean el mundo, nos vuelve un polo de atracción hacia ellos. Consideramos que es inevitable que algo nos suceda. Y El cuerpo se siente sumamente frágil, paranoico, vulnerable, como un fino cristal, al que cualquier alteración lo puede destrozar. O como una burbuja de jabón. Condenados a estallar y desaparecer.
En el mundo actual un gran número de sujetos no solo se aíslan y se encierran en sus casas por temor, sino por las nuevas tecnologías , que modificaron las costumbres sociales y productivas. La descentralización laboral permite que una persona pueda trabajar desde su casa en cualquier lugar del planeta, conectado a una red. Los espacios de encuentros físicos se redujeron y fueron reemplazados por espacio virtuales. Los objetos a consumir suelen ser adquiridos desde el hogar.
Estas personas salen cada vez menos, confrontan cada vez menos con el mundo real y la radio, la tv, los diarios y/o las películas, pueden escribirles el guión de ese entorno, dándole una nueva subjetividad o cosmovisión. Los hogares son fortificaciones. El aislamiento, la no confrontación cotidiana con el mundo real los hace cada vez más frágiles y sugestivos, permite que crezca más el monstruo amenazante y la tendencia al encierro aumente. Precisamente, el mayor temor lo imprime aquello de lo que no podemos conocer su origen o materializar, ver, medir, nombrar, porque nos impide generar una estrategia de previsión y supervivencia. En este sistema la incertidumbre es clave y uno de los ejes del pánico.[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/2″][/vc_column][/vc_row]